sábado, 8 de octubre de 2011


Durante estos días vengo haciendo las meditaciones de la novena en honor de Nuestra Señora de las Cruces, de Don Benito. El contenido gira en torno a las grandes cruces que pesan sobre el mundo. Comparto con todos estas meditaciones que he preparado. La primera de ella versa sobre la cruz de la ENFERMEDAD. Fue introducida por un vídeo preparado por la Conferencia Episcopal Española en la Jornada por la vida de este año. Os lo dejo también al final del post.


Meditación del día 3 de octubre de 2011.

Por supuesto que siempre hay una razón para vivir. La enfermedad es una cruz que soportan millones de personas; no sólo los enfermos, también sus familiares y amigos. Es una cruz que para unos resulta más pesada que para otros. En muchas ocasiones, a medida que pasa el tiempo la cruz se puede ir haciendo cada vez más pesada.

Ninguno de los que estamos aquí somos ajenos al sufrimiento que ocasiona la enfermad. Es una cruz que nos acompaña debido a nuestra condición frágil condición humana.

Ante la enfermedad pueden darse diversas actitudes, tanto por parte de los enfermos como por parte de las personas cercanas a ellas.

Podemos encontrarnos con personas abatidas psicológicamente y deprimidas a causa de la enfermedad. Es algo comprensible. Nuestra fragilidad humana también se manifiesta en esto. Por el contrario, podemos conocer a enfermos que, sin dejar de sufrir, viven con gran serenidad y sosiego; en muchos casos, con la misma alegría que antes de enfermar.

Con la gracia de Dios todos podemos vivir así. Confiar sólo en las propias fuerzas es poner la fragilidad en manos de la propia fragilidad. Es como poner al zorro a cuidar el gallinero.

En el libro del profeta Jeremías (17, 7-8) escuchamos estas palabras:

Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos.

Esta es la actitud de un creyente ante los problemas. Es difícil, sí. En ocasiones muy difícil, sí. Pueden surgir dudas, miedos, enfados con Dios. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a esta persona?

Pero la enfermedad en ningún caso es un castigo de Dios. Dios no desea nunca el mal del hombre. Jesucristo no anduvo por el mundo haciendo enfermar a nadie. Al contrario, pasó por el mundo haciendo el bien, sanando a los enfermos, consolando a los tristes, aliviando el dolor. La enfermedad es fruto de nuestra naturaleza débil.

Es cierto que Dios tiene el poder de sanar cualquier enfermedad. Preguntarnos por qué no lo hace sería inútil. Es un misterio. Aún si tuviéramos una respuesta seguramente no la comprenderíamos. Seríamos como aquellos que mirando a Jesús, colgado en la Cruz, le preguntaban acerca de su poder. ¿Acaso no pudo Él, siendo Dios, haber bajado de la Cruz y terminar con su sufrimiento? Sin embargo no lo hizo. Dios sabe lo que es el sufrimiento humano; lo experimentó en su propia carne. Así nos demostró que no es ajeno al dolor.

Cristo está al lado de cada ser humano que sufre a causa de la enfermedad. Si miramos hacia otro lado quizás encontremos vacío. Pero si miramos hacia el lado donde está el Señor, encontraremos el rostro de un Dios compasivo; unos ojos que nos miran con cariño, con ternura; un rostro que nos transmite paz y serenidad; unos labios que pronuncian palabras de consuelo; unas manos que nos acarician y nos sostienen.

Y acompañando a Jesús está María. Ella ve a cada enfermo no sólo como un hijo; pues todos somos hijos suyos al habérnosla entregado Jesús como Madre. Ella ve en el rostro de cada enfermo el rostro de Jesús. Y acompaña; y ruega; y vela por los que sufren; tomando en sus brazos nuestra debilidad, al igual que tomó en sus brazos la debilidad del pequeño cuerpo de su Hijo en Belén.

Nosotros los cristianos, que debemos velar los unos por los otros, también debemos permanecer al lado de quienes llevan la cruz de la enfermedad sobre sus hombros. Ayudando a los demás a llevar su cruz es como si, retrocediendo en el tiempo 2000 años atrás, ayudásemos a Jesús a llevar la Cruz en el camino del Calvario. Debemos ayudar a los enfermos a soportar el peso de la cruz, con nuestra oración y con nuestro acompañamiento. Así se manifestará el poder del amor, que es en definitiva el poder de Dios.

Nosotros los jóvenes, en febrero pasado, pudimos llevar sobre nuestros hombros una cruz de madera que el Papa Juan Pablo II nos regaló. Esa cruz es un signo. Haberla llevado no tendrá sentido si no cogemos estas otras cruces de las que hablamos. También portamos el icono de la Virgen María. Ella nos acompaña en la tarea de ayudar a los demás a llevar su cruz. A ella, a Nuestra Señora de las Cruces, a quien en las letanías llamamos “salud de los enfermos”, le pedimos por todos los que llevan sobre sus hombros la cruz de la enfermedad.

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