miércoles, 23 de marzo de 2011

De la primavera, la esperanza, Platón y el cielo

En los albores de la primavera, con el despertar de los árboles, nace
este cuaderno o blog, como gusten llamarlo. Es uno entre tantos, una
gota de agua en el inmenso océano virtual de Internet. Un lugar para los
amigos, los del presente y los del futuro; un espacio donde departir y
compartir algunos pensamientos y emociones. Nada sofisticado.

Cuando hace unos días comentaba con unos amigos mi intención de
crear un blog, uno de ellos me invitó -aunque fue más bien un reto- a
tratar en mi primer post un tema que surgió en una animosa
conversación mientras tomábamos algo en casa, tras ver un partido de
fútbol. Hablamos de Platón, del cielo y de alguna cosa más -curiosos
temas para un sábado por la noche-. La cuestión es que esta primera
entrada debe versar sobre la siguiente pregunta: ¿estará Platón en el
cielo?

¿Cómo responder a esto? ¿Qué tema es ese para inaugurar un blog?
¿Desde que óptica enfocarlo: filosofía, teología, una mezcla de ambas?
Demasiadas preguntas. Y lo cierto es que la cuestión daría para mucho.

El nombre del blog señala la orientación que tendrán las palabras que
en él aparezcan escritas. “Razón de mi esperanza” es un lugar donde
compartir un don precioso que un día se me concedió: la fe en
Jesucristo. Ésta es la esperanza a la que, en comunión con muchos, he
sido llamado, de la que soy testigo e intento testimoniar -a pesar de mis
debilidades-.

Del maestro de Aristóteles no puedo afirmar que esté en el cielo, como
tampoco puedo negarlo, y esto es así por lo siguiente:

Platón no conoció a Jesucristo, murió siglos antes de que él naciera. Él
tampoco profesó la fe judía, donde se anunció precisamente la venida
del Salvador. Sin embargo, la salvación que trae Jesús tiene un alcance
cósmico, universal, no se ve limitada ni por el espacio ni por el tiempo.
La salvación sólo encuentra una limitación: la libertad humana; y esto
es así por propia voluntad de Dios. Quien rechaza deliberadamente este
don, lo pierde; pues qué sentido tendría que algo así se impusiera por
la fuerza.

Por otra parte, cuando en el Credo decimos que Cristo “descendió a los
infiernos”, hacemos referencia a que “bajó” para rescatar a los justos
que le habían precedido; aquí infierno no hace referencia a la
condenación, sino a lo que precisamente he apuntado antes, que la
salvación de Jesús tiene un alcance universal, no limitado por el
tiempo. Luego esta salvación también toca a los que precedieron al
Mesías (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 633).

Volviendo al discípulo de Sócrates... Si bien su pensamiento no es
cristiano -no cabría esperar lo contrario- y, a pesar de haber sustentado
toda una teología cristiana posterior, con San Agustín como su
principal exponente, Platón fue un buscador de la verdad y en su
filosofía hay suficientes muestras de ello. No es el momento de
analizarlas ahora. Sólo apuntar que ese deseo de alcanzar la verdad,
que podríamos identificar con su suma idea de Bien, que como el Sol
permite el conocimiento de las demás ideas y condiciona su existencia,
ya es un punto a favor de Platón para apuntar que no se debió apartar
mucho del camino del cielo. En efecto, todo aquél que con sincero
corazón busca la verdad -y Cristo nos dijo que él era la verdad (Cf. Jn
14, 6)-, busca realmente a Dios y se encamina hacia él.

Hay semillas de esa verdad (logos spermatikós, que dirían San Justino
y los Apologistas del siglo II) esparcidas por toda la humanidad y que,
si son cultivadas adecuadamente, pueden llegar a germinar en cada
hombre -aunque nunca haya oído hablar de Jesucristo-. Por esto
podemos afirmar que es posible la salvación de los no cristianos (Cf.
Lumen Gentium, 10; Catecismo de la Iglesia Católica, 847).

Todo esto nos permite concluir que, si Platón fue un buscador sincero
de la verdad, de lo trascendente, de lo santo... y llevó una vida justa, no
se debería haber apartado del camino del cielo y, por la misericordia
infinita de Dios -como no podría ser de otra manera-, y los méritos de
Jesucristo, podría estar perfectamente gozando ahora en su presencia.
Pues Dios es “justo remunerador de los que lo buscan” (Hb 11, 6). Ya se
encargaría San Agustín de interceder por él si aún le hubiera quedado
algo de lo que purificarse.

Punto y final -de momento-.